Año del Señor 1777.

“Toda la oscuridad en el mundo no puede apagar la luz de una sola vela.”
San Francisco de Asís.

Deogracias, era un muchacho pequeño pero fuerte y ágil, de unos diecisiete años, aunque no sabía con certeza su edad exacta, le gustaba saltar cerca del riachuelo, de piedra en piedra, cuando al atardecer terminaba su trabajo en el campo, por esta habilidad lo habían apodado en el pueblo; “el rana”…Era natural de Alhaurín de la Torre.

Su madre María, lo había llamado; “gracias a Dios”, en agradecimiento por salvar su vida, de su difícil séptimo parto, ya notaba ella que con los años, le costaba agarrarse fuerte a la gran rama de su olivo favorido, donde pario a todos sus hijos. Le gustaba ese árbol para dar a luz, pues estaba cerca de su casa, por si se encontraba mal y quería tumbarse después del esfuerzo, y tenía la distancia suficiente para mantener la intimidad con el resto de la familia. Tenía el viejo olivo a sus pies, un pequeño hoyo entre las raíces, donde ella extendía una rota manta, que a modo de cuna, recibía al recién nacido, y así en soledad y apretando con vigor, el olivo y la mujer vieron nacer todos sus hijos.

Le gustaba más a María cuando sus hijos nacían en primavera o verano, por si se alargaba hasta la noche el esfuerzo de alumbrar y así no pasaba frio en la madrugada, pero ya no era la mujer fuerte que había parido a sus primeros seis hijos, la vejez de sus treinta y tres años le pasaba factura, pero con Deogracias, al menos ya no estaba sola, le acompañaba su hija mayor y la ayudaba con el parto. La complicidad de las dos mujeres era grande, su hija Antonia, se dio cuenta desde pequeña que las esposas venían a sufrir más que los hombres a este mundo de lágrimas, por culpa del pecado de Eva, que tanto recordaba el cura en la ermita, los domingos de misa.

  • ¡Ya sale madre, ya sale…es un varón! – decía Antonia emocionada – un último empujón madre y le veremos la carita…
  • ¡No puedo más hija!, que Dios me asista y me de fuerzas – grito sin aliento María –

La mujer se le puso la cara azul en unos segundos – Antonia se asustó, pues no había visto nunca a nadie cambiar tan rápido el color en su tez – y con el último empujón hercúleo, soltó el niño que venía de nalgas. La criatura lloro de golpe y sin ayuda, tal vez porque sabía de sobra a qué mundo llegaba.

Las dos mujeres lo limpiaron con sus propias manos y un paño usado de lino, y lo revisaron de arriba abajo; manos, pies, orejas. Querían comprobar que venía completo y sano, cuando terminaron se abrazaron, las dos lloraron de alegría y miedo al ver que todo había salido bien. Y con aquel nacimiento, sellaron su pacto íntimo de cuidar del crio. El hijo y hermano, creció agradeciendo siempre el cuidado de sus féminas con más devoción y cariño que a la mismísima Virgen María. No era así la relación con su padre, un hombre seco y trabajador llamado Antonio, poco amigo de carantoñas o zalamerías, estaba constantemente trabajando en su propia huerta, con ganado o de jornalero para otros, tal vez no había mucho tiempo de juegos, eran muchas bocas que alimentar y como él decía; – “Así lo quiso el Señor”…-

El niño fue creciendo sano, y quitando un par de fiebres y alguna calentura mala, se fue criando casi solo, tenía amigos de su edad en el pueblo, y casi no jugaba con sus hermanos mayores por la diferencia de edad y el trabajo duro en el campo, su hermana Antonia era la única hermana pendiente del benjamín de la familia, de darle de comer pues estaba flaco por un palillo. No sabía muy bien, si era la falta de comida, lo que le quitaba el apetito, pero hubiera jurado que ese niño se alimentaba solo del aire.

En realidad el niño Deogracias, se alimentaba muy bien de almendras verdes, setas y flores silvestres de la Sierra de Mijas, con los años se volvió un experto de todo aquello que le daba la naturaleza y algunas veces se daba hasta un festín, con el resto de sus amigos, cuando cazaban un conejo en el camino a Málaga o una trucha del rio Guadalhorce. Ya de mozo, lo que más le gustaba era el pan o las tortas de harina con manteca, le parecía algo delicioso y único – la comida de un rey, según decía su amigo Joaquín – Le daban normalmente tres de pago, si estaba trabajando todo un jornal completo, de sol a sol, cargando y descargando sacos en el molino viejo. Luego se iba a su rincón favorito, en un pequeño prado inclinado debajo de una higuera, junto a un abrevadero de piedra de donde manaba el agua pura del manantial. Se comida una muy despacio, sin prisa, saboreando ese manjar, mientras miraba el mar al fondo con la ciudad de Málaga en la hondonada del valle, el sol regalaba sus últimas luces con un halo mágico.

Bebía agua del mismo abrevadero, con el último rayo de luz, y recordaba desde allí a su querida madre, la cual había perdido con solo ocho años, le dedicaba un pequeña e íntima oración a San Francisco, para que la cuidara en el mismo cielo, y antes de ponerse triste recordándola, guardaba dos tortas en su saco para la familia y emprendía el viaje de vuelta a su casa.

Su madre murió de unas fiebres, o tal vez reventada de tanto trabajar  – como dijo su padre-, hubo unos días de tormenta fuerte en otoño, que removió con fuerza el agua de los pozos, y al beber agua turbia, le sentó mal. Duro solo tres días las fiebres, y aquella pobre mujer se quedó sin aliento en un duro camastro de madera y paja. Deogracias vio a su progenitor, aquel hombre serio y cabal, derrumbarse y llorar como un niño chico por su compañera, de rodillas abrazando al cuerpo inerte del camastro, aquella imagen le impresiono tanto o más que la muerte de su madre, pues ver aquel hombre tan fuerte, derrumbarse como una torre de arena, no lo hubiera esperado nunca. En el resto de su vida, jamás volvió a ver a su padre llorar, ni siquiera el día de la despedida, en el puerto de Málaga.

Al entierro fue todo el pueblo, y llevaron el cuerpo a hombros sus hijos vivos y su marido al cementerio. Ya no fue lo mismo esa casa, sin su madre, la tristeza lo ocupo todo, a pesar de los esfuerzos de su hermana Antonia por mantener la normalidad, y cumplir la promesa hecha a su madre de cuidar de todos.

Pero no todo eran malas noticias, Deogracias había crecido y hecho todo un zagal de diecisiete años, con un millar de sueños de ser soldado del nuevo mundo. Le gustaba una chica del pueblo que se llamaba Rocío. Su familia había venido de lejos, de la misma Sevilla capital, en busca de un puesto de mayoral para la finca de un noble y militar llamado Luis de Unzaga y Amezaga, un teniente coronel de las tropas de nueva España, que poseía un gran rebaño de ovejas y caballos, con alguna vaca suelta, en su extensa finca.

Al principio el chico no se había fijado en ella, pero al poco tiempo observo que la chica lo miraba a la salida de misa y de paseo a la fuente del convento, cada vez que pasaba se reía con sus primas. Esa risa no le molestaba, es más la provocaba pasando dos o tres veces junto a ella, le gustaba mucho como le miraba aquella moza y el brillo de sus ojos al fijase en él, provocaba en su interior, una sensación de angustia y de placer al mismo tiempo. Era tan tímido que se ponía colorado como un cardenal, cada vez que intentaba decirle algo, y ella con sus primas alrededor se reía aún más del pobre muchacho. Así pasaron dos meses hasta que gracias al consejo de su amigo Joaquín, se cargó de valor y se acercó un día para hablar con ella.

  • Buen domingo Rocío, hace una mañana preciosa de junio, hoy cantan las fuentes por verte. – dijo después de haber ensayado varios días –
  • Buen domingo Rana, veo que eres un gran poeta. – dijo la muchacha con sorna –

El chaval sonrió y dejo ver su limpia cara, con una incipiente barba corta, le encanto que Rocío tuviera ese acento tan fuerte de Sevilla, allí en el pueblo, nadie hablaba igual que su familia. No le importaba ni siquiera que lo llamara por su mote y no por el nombre que le dio su querida madre.

  • ¿Qué es un poeta, Rocío? – dijo el muchacho intrigado –
  • Es un hombre, cuyo oficio es cantar y escribir a las cosas bellas que Dios ha hecho en el mundo. – contesto ella resuelta –
  • No, solo soy un ayudante de molinero, y limpio desbrozando los campos como jornalero con mis hermanos. – soltó de forma espontánea el chico –
  • ¿Quieres que paseemos juntos con tu amigo y mi prima? – soltó Rocío con gracia burlona, al ver la sinceridad y nobleza del joven –

Y así empezaron su hermosa relación, el mozo la esperaba en una esquina de la ermita al terminar la misa, con su amigo y su prima, caminaban juntos, mientras Rocío, le contaba historias de nobles y caballeros de Sevilla, Granada y Málaga, con sus guerras de ultramar, él la escuchaba con mucha atención, le maravillaba todo lo que sabía del mundo, las ciudades del reino y de la nueva España  Algunas veces su prima y su amigo se retrasaban en el camino, podían hablar a gusto y sin miedos con ella, fue en esa ocasión, cuando él se sinceró y le conto lo que extrañaba a su madre. Ella, al ver una lágrima en sus ojos, se la quitó con una caricia y lo beso. Y fue en ese preciso momento, cuando el sintió un palpito y que su corazón ya no le pertenecía.

 El amor por esa muchacha fue creciendo, hasta olvidarse de sus sueños de soldado, solo quería estar con ella y casarse con la hermosa joven. Su amigo Joaquín se burlaba de las caras y sueños que le contaba, mientras le decía que ya estaba atrapado. Deogracias, pensaba en como pedirle permiso a su padre, pero se daba cuenta que solo era un pobre jornalero, sin casa ni sustento, que ofrecerle a su amada. Tal vez en la siega de agosto, conseguiría algunas monedas ayudado a la limpieza del grano.

Siendo ya finales de Junio, una nube negra como una montaña, gigantesca y ocultando completamente el sol, apareció de golpe por el mar, venia de las costas de África, pero lo que más le extraño, es que no había sensación de frio o el olor a húmedo como en otras ocasiones de tormenta. Estaba Deogracias en el campo junto al rio, con tres hermanos más, desbrozando y preparando para la cosecha de agosto, cuando uno de los jornaleros más viejo del grupo grito; – ¡Langostas, langostas! La plaga del Señor. –

Fueron tres días de auténtico infierno, nunca en su vida había visto algo parecido, al principio lo identifico con los mismos saltamontes que utilizaba como cebo para pescar truchas, pero de mayor tamaño, al poco rato, fue tal la avalancha de bichos que tuvieron que abandonar todos el campo dando manotazos a un lado u otro para poder quitárselos de la cara. En el camino de vuelta al pueblo, pudieron observar que lo cubrían todo, los campos de trigo y cebada, árboles frutales, huertas… ¡todo! Sonaron las campanas de la iglesia principal y la ermita al unísono, tocando a reunión. Todos andaban despavoridos en la villa, con las manos en la cara y pañuelos en la cabeza para que los bicharracos no se engancharan en el pelo.

  • ¡Es una señal del cielo, por nuestros pecados! – gritaba el cura de la ermita mientras hacía aspavientos – debemos entrar y rezar como nunca por el perdón de nuestros pecados.
  • Si padre, pero solo las mujeres mayores y los niños – dijo el alcalde del pueblo – uno de los hombres más veteranos del grupo – el resto, nos dividiremos en tres partidas para matar los bichos, debemos defender el silo principal de grano, el pajar del monte y los molinos del pueblo, sin eso no sobreviviremos al invierno.

El alcalde, Paco el Molinero, era un hombre curtido, había luchado junto al noble Luis de Unzaga en la guerra de los Siete Años, por su señor el rey cuando lo reclamo. Tenía dotes de mando, que había aprendido en los tercios viejos, al terminar la guerra volvió con un gran capital, seis doblones de oro, con lo que pudo construir un pequeño molino junto al rio. Sabía organizarse bien en momentos de crisis, el resto de hombres le siguieron sin rechistar dada su gran experiencia. Encendieron al principio antorchas para ahuyentar los grandes grupos de insectos, pero por miedo a quemar el pajar y el grano, pasaron directamente a escobazos limpios para matar al mayor número de invasores.  

Mientras tanto los más jóvenes, cerraron las casas a cal y canto, pusieron en alto y bien tapadas las pequeñas despensas que cada uno tenía, en especial los sacos pequeños de grano entero, que les atraía a la langosta, como la miel a las moscas. Era una auténtica batalla campal, allí a donde miraras, veías a hombres, mujeres, niños e incluso los perros defendiéndose de la terrible plaga.     

 Las gallinas que algunos tenían sueltas por sus casas, al principio se lo tomaron como un auténtico festín, pero al poco rato, podías ver las aves empachadas, ya sin interés en los grandes saltamontes. Incluso algún vecino, soltó a sus cerdos en la propia huerta, para que le ayudaran comiéndose la langosta, pero ocurrió lo mismo, al poco rato, estaban hartos de tanto comer y ya no les hacían caso.

Al despertar del siguiente día, la imagen era desoladora, ya no había tanta langosta, solo pequeños grupos y muchas muertas, según parece por la noche habían levantado de nuevo el vuelo en grupo, hacia el valle de Granada. Todos se santiguaban mirando como habían quedado sus campos, los árboles frutales y las huertas. No había hojas, ni brotes verdes ni flor ninguna. Habían arrasado la comarca, igual que la plaga bíblica de Moisés en Egipto.   

Se hicieron varios corrillos en la plaza de la iglesia San Sebastián de Alhaurín de la Torre, todos hablaban rápido y preocupados, las noticias que llegaban era que había arrasado la plaga la provincia entera de Málaga y parte de Granada, y solo lo había parado el Obispo de Granada, cuando salió en procesión con la reliquia de las cuatro astillas de la Cruz de Cristo.

Todo el mundo andaba nervioso, incluso había provocado varios entierros seguidos por caídas e incendios, cosa que no recordaban los mayores, desde las fiebres que dieron a toda Málaga hacía muchos años. Lo peor fue la misma palabra repetida en todos los corrillos; “¡Hambre!”.

Nuestro muchacho Deogracias, escuchaba con atención a sus vecinos mayores del pueblo, en su juventud tenia pavor que fuera el fin del mundo, como tantas veces había oído en la ermita. Sentía que estaba comenzando a la vida, que tenía la ilusión de casarse con Rocío, no le daría tiempo de nada, pues los pecados de sus predecesores, le provocaría ver al mismísimo Señor descender en toda su gloria, para juzgar a los vivos y los muertos. Pero la palabra que llego más aterradora a su imaginación, fue cuando susurraban uno de los jinetes del apocalipsis; “El hambre”. Él que nunca había hecho más de una sola comida al día en toda su vida, y cuando las tripas le apretaban o rugían, se bebía una gran cantidad de agua del manantial y mascaba romero fresco, para tapar la gana y el apetito. De poco le servía este truco, pues el ansia volvía con más fuerza, llegándose en alguna ocasión a desfallecer toda la tarde con un sudor frio.

Pasaron los meses, y a comienzos de otoño de aquel año, ya pudo ver las secuelas de la plaga en el pueblo, estaban todos mucho más flacos, con los ojos hundidos, había madres que habían perdido la leche para sus críos, y muchos ancianos habían muerto. Todo el pueblo se ayudaba, e incluso se hacían ollas comunitarias para paliar el hambre, pero la navidad  de ese año, no pintaba bien para nadie. Y solo la devoción del pueblo  por San Sebastián les mantenía unidos con la esperanza de cambiar el futuro de todos ellos. El desánimo y la derrota corría por todas las casas, tres familias decidieron montar sus cuatro enseres en un carro tirado por una burra y emigrar al interior, a tierras de Castilla, donde al menos podrían pasar mejor las penosas condiciones y volver si las cosechas mejoraban. Algunos jóvenes también se fueron, se enrolaron en barcos genoveses en el puerto de Málaga, les prometían comida y aventuras, y solo con lo primero estaban ya deseando embarcar. Con mucha tristeza dejaron sus hogares, y solo el camino solitario o algún amigo sincero, les despidió con el alma en un puño.


Año del Señor 1778
Ermita de San Francisco de Paula.
Alhaurín de la Torre.

«Cada lágrima derramada revela a los mortales una verdad.»
Platón.

Estaban varios feligreses celebrado a comienzos del año la misa de los Reyes Magos, entre ellos estaba Deogracias, cuando llegaron dos hermanos, haciéndose llamar Monroy, solicitado al cura con mucho respeto, poder hablar después de la misa con todos los presentes. Al principio los más jóvenes, pensaban que sería un nuevo alistamiento en las tropas del rey, nuestro señor, en alguna nueva guerra. Pero descubrieron que los nobles hermanos, tenía una buena noticia para todos ellos.

El muy noble Sr. Luis de Unzaga y Amezaga, perteneciente a una ilustre y militar familia de Málaga, donde trabaja de mayoral en su finca el padre de Rocío, lo había ascendido su señor el rey, a Gobernador de Luisiana, un territorio cerca de La Habana, y buscaba jóvenes cristianos para ayudar a colonizar aquellas tierras de ultramar, máxime después de haber oído las terribles noticias de su querida tierra, que le llegaron en el último bergantín de Málaga.

Ofrece el siguiente contrato – los dos hermanos Monroy leyeron un legajo grueso que tenían en sus manos – a todas las familias que quieran empezar en nuestra gobernación, por un compromiso mínimo de diez años con el gobernador de Luisiana, Sr. Luis de Unzaga y Amezaga, en tierra fundada por franceses, pero que cedió su rey al nuestro, después de ayudarse en la última gran guerra. Se pagara el pasaje completo en bergantín o goleta, hasta la isla de la Habana y después a nuestra gobernación, donde se entregara legalmente a cada familia joven que acepte venir voluntaria, el equivalente en tierras fértiles del tiempo que tarda en arar una mula joven seis jornales completos. Provisiones para tres meses y semillas para la primera simiente, así mismo se excluye de impuestos de la corona hasta la tercera cosecha, y del diezmo a la iglesia por el mismo tiempo, siempre y cuando se ayude a levantar una hermosa iglesia a Santa María que nos protege. En caso que algún colono no le guste el acuerdo o vea que incumpla las condiciones este noble señor, podrá volver a su casa sin cargo al año siguiente. Y dado fe de ello, lo firmo en el quinto día de natividad, del año de nuestro Señor de 1.777.

La iglesia se quedó muda por completo, era un silencio sepulcral, nadie sabía que decir, eran tan buena oferta que nadie esperaba ni sabía qué hacer. Les habían contado tantas historias de las promesas de ultramar, que luego realmente eran zonas pantanosas e insalubres, llenas de indios hostiles y enfermedades pestilentes, que las primeras preguntas versaron sobre ello;

  • ¿Pero la tierra es buena? – grito un joven al fondo de la ermita –
  • Tan buena que crece cosechas hasta dos veces por año, están llenas de abundantes ríos y el terreno es virgen porque los indios poco o nada lo han cultivado….- -dijo uno de los hermanos Monroy – además hay mucha caza de aves y peces grandes.
  • ¿Y los indios? ¿son peligrosos? ¿tienen fe en Cristo?
  • Son amigos, hay una colonia que están cristianizados por los Franciscanos, hay otros que no, pero vive en la cuenca alta de un rio caudaloso llamado Mississippi, no les gusta que se entre en sus tierras, pero eso es un problema de los franceses, la colonia española está a muchas leguas de allí.

Uno de los aldeanos más viejos, junto a su hijo joven que está expectante por la oferta, pregunto;

  • Nos han dicho marineros en el puerto de Málaga, que hay una guerra con los ingleses, que el año pasado hubo una matanza en Boston de los mismos ingleses contra sus propios colonos, y que ahora están en guerra para independencia de su señor rey. ¿Quién nos dice, que cuando lleguemos allí no haya a una guerra?… – todo la iglesia murmuro al terminar –
  • Los marineros también dicen que los colonos quieren hacer un reino independiente, donde no hay reyes ni señores nobles, y que se gobiernan así mismos en una asamblea. Y que lo llaman “democracia” – grito el hijo del molinero que estaba también entusiasmado de las noticias – ¿eso son noticias de guerra otra vez?
  • No hay nada que temer, no hay guerra con el inglés – intervino en esta ocasión el párroco – yo garantizo la oferta de estos hermanos, que vienen en nombre de tan noble y conocida familia de Málaga. Eso es solo un problema de las trece colonias que tienen los ingleses en el nuevo mundo, que están muy lejos, a muchas millas de nuestras tierras. Nosotros ahora estamos en paz con los ingleses y franceses, pero debemos tomar las tierras que nos ofrece el Señor, para la gloria de Dios y nuestro rey. Pensarlo y hablarlo entre vosotros, es una buena oportunidad y máxime con la plaga que arraso nuestros campos, no habrá comida para todos este nuevo año en toda la comarca, hasta las próximas cosechas. El barco zarpara en verano, y yo hare casamiento unos días antes a todas las parejas jóvenes que acepten la oferta de colonos, para que vayan con todas las bendiciones divinas y humanas.

Cuando oyó la oferta de casamiento del cura a los jóvenes, Deogracias se le acelero el corazón, tal vez, era su única oportunidad para casarse con Roció y formar esa familia que tanto ansiaba. En el pueblo, y en toda la comarca, la situación no era buena por culpa de la pasada plaga. En su casa, era muchos hermanos para heredar un terruño pequeño e improductivo, que poco o nada daba de comer a toda la familia. Su única expectativa era ser un jornalero de otros, esclavo toda su vida, sin casa ni tierras propias.

Su imaginación se despertó, alejando la penumbra de la realidad que le había atenazado desde el verano pasado, soñó con verdes prados llenos de ovejas y vacas, campos de trigo y cebada junto a un hermoso rio, ¿y porque no? Se veía montado en un hermoso caballo color canela, paseando por su finca, Roció en una hermosa casa de madera, construida por el mismo, y muchos niños felices corriendo en su hogar.

Para ser aceptado, solo hacía falta ser joven, sano y del pueblo, además Roció era la hija del mayoral que cuidaba la finca de esta familia de nobles. ¿Cómo no lo iban a escoger? Debía avisar a su padre y su hermana Antonia, para pedir su bendición para irse. Antes de esa única oportunidad, él nunca hubiera podido pagarse ese pasaje, había familias que se endeudaban de por vida, para mandar a un hijo, del cual a veces nunca regresaban noticias. Tal vez la mar, las enfermedades o los indios se encargan de ellos. Y ahora, él tenía una oportunidad de ser colono en una nueva tierra ya asentada, con otros muchos para fundar un pueblo nuevo, que no sabía si se convertiría en una famosa ciudad con el paso del tiempo.

Aquí estaba su oportunidad, y no la iba a perder. Salió corriendo de la ermita, y cuando llego a la curva del camino, cerca de su casa, para comentárselo a su padre y su hermana Antonia, pedirle su permiso y bendiciones, se encontró que su amigo Joaquín, se los había encontrado y ya les había puesto al día, al llegar a la altura de su padre, casi sin aliento, dijo;

  • ¡Padre!, ¿conoce las buenas noticias? Hay una oferta de ser colono en tierras de ultramar, incluye el pasaje y tierras… y yo, quiero ir con vuestro permiso.
  • Hijo, te necesitamos aquí, para el sustento de nuestro familia. Hay muchos que no vuelven o se pierden en la mar.
  • Padre, está amparado por el párroco y los hermanos Monroy garantizan el contrato del noble. Yo luchare por esas tierras como ningún de sus hijos, y por enviarle a usted dinero para el sustento de la familia. Además, yo amo a la hija del mayoral desde hace tiempo, quiero formar una familia con ella en esas tierras.
  • Si lo sabemos, se llama Rocío – dijo su hermana Antonia, ante el largo silencio de su padre – padre con su permiso, mi hermano pequeño está amparado por San Francisco, y puede ayudarnos a la familia, es el más joven y fuerte de todos nosotros, y usted sabe que ahora no hay trabajo para todos y si mucha hambre en la olla. Dele usted su permiso y bendiciones, pues así lo quiere nuestro Señor.
  • ¡Está bien, zagal!, pero debes tener primero el permiso del padre de Rocío, no quiero que vayas a esas tierras lejanas solo – dijo el padre de golpe ante la encerrona de la hija mayor – Sino consigues su permiso para casarte con esa moza, no te iras. Te quedaras en tu pueblo que es donde debes estar.
  • ¡Gracias Padre! – Deogracias estaba efusivo y emocionado – Ahora mismo busco al padre de Rocío para preguntárselo. – iba a salir corriendo ya, cuando la voz de su hermana lo paro en seco –
  • ¿A dónde vas, alma de cántaro? – le dijo su hermana con una sonrisa en los labios – Espera que yo hable con tu Rocío y su madre, para preparar el terreno al padre. Le pedirás su permiso, pero paciencia, será en la próxima misa de domingo en la ermita. Así yo tendré tiempo con su hija y la madre, si tienen a bien ayudarme, para convencer a su padre.

Pasaron los meses en un suspiro para aquellos muchachos del pueblo, los preparativos y despedidas fueron efusivos, y al final aceptaron más de ciento cincuenta jóvenes la propuesta del noble gobernador de Luisiana. Un mes antes de su partida, el cura de la ermita oficio más de cuarenta bodas, el pueblo entero era una fiesta todos los días, nunca se había visto tanto sacramento junto. Todos estaban felices y expectantes de ver llegar el barco al pequeño puerto de Málaga.

Por supuesto, nuestros dos enamorados Deogracias y Rocío, se casaron unos días antes de partir, no sin antes varias intentonas fallidas, pues al mayoral no le hacía mucha gracia que su hija se fuera a tierras tan lejanas. Pero al ver la insistencia de la hija y de la madre, y la nobleza del zagal que la amaba, tuvo que dar su brazo a torcer en esta contienda.

Apareció una mañana de principios de julio en el horizonte, un hermoso bergantín llamado San José, de dos mástiles majestuosos, sus velas era extensas como nubes de algodón y los cañones fieros leones de hierro. Los corazones de los colonos palpitaron con entusiasmo al recibir la noticia. Por fin, venia el transporte para los voluntarios de Luisiana. Antes pararía en Cádiz, para cargar agua, víveres, correo, y otros colonos… después rumbo a La Habana, y por último la tierra prometida. El Capitán, dio aviso de embarque para todos durante el siguiente día, pues quería evitar el temido viento de levante que tan mala fama daba al puerto de Málaga. Se puso un secretario en puerto, con una mesa, silla y tintero, para pasar lista al manifiesto de embarque. Hombres y mujeres, todos bajaron andando, algunos en burro y otros en carretas. Pocos o casi ningún portaba saco o bulto de viaje, se iban prácticamente con lo puesto.

Deogracias recordaba el último consejo de su padre en su cabeza; – Hijo, se bueno con tu esposa, trabajador y honrado, no olvides ser un buen cristiano, trata con respeto a quien te recibe en sus tierras y cumple el pacto con tu señor para merecer ese regalo. Se dieron un único abrazo fuerte, y el muchacho se alegró que por fin su padre lo tratara como a un hombre. Su hermana mayor, lloraba y beso a su esposa Rocío, pidiendo carta o noticias, en cuanto llegaran. El hermano, la miro a los ojos, y le dio un sincero; ¡Gracias!

El bergantín San José a la brisa de la tarde, subió ancla y desplego su vela mayor, desde la cubierta del barco, los dos jóvenes vieron por última vez empequeñecerse el puerto de Málaga, y como al fondo, arropaba el valle la sierra de Mijas con sus hermosas casas blancas. Allí quedaba su querido pueblo; Alhaurín de la Torre. Con más ganas que nunca, se cogieron de la mano y sonrieron, ante la aventura y las ganas de una nueva vida juntos que les esperaba.

Mientras tanto, en el puerto, su hermana Antonia, miraba llorando la nave alejándose con su querido benjamín. Su padre, mantenía seria la mirada en el horizonte del velero, pero de pronto, una lágrima corría en su mejilla derecha, pues al rezar en lo íntimo de su alma por su hijo, la voz de su difunta mujer, en el interior de su mente, le susurro dulcemente lo orgullosa que estaba de los dos.

FIN